FRANCISCO CHACÓN
LISBOA.- Totalmente rejuvenecido, Jon Bon Jovi saltó anoche al escenario principal de Rock in Rio, en Lisboa, luciendo su arquetípico look de serie de televisión de Los Ángeles. O lo mismo podría anunciar crema hidratante para cuarentones en una de esas vallas publicitarias que inundan Santa Mónica Boulevard.
Pero lo suyo continúa siendo el rock genuinamente americano, destinado al público masivo gracias a sus estribillos mainstream y a un sonido tan apto para escuchar mientras se conduce un camión en una autopista como en el hilo musical de uncentro comercial.
Su presencia puso el broche final a la segunda jornada del macrofestival en su tercera edición portuguesa, con menos poder de convocatoria que en la velada la inaugural de Amy Winehouse y Lenny Kravitz. Más de 70.000 personas, en cualquier caso en el Parque da Bela Vista. Suma y sigue para una cita que congregó a un total de 385.000 fans en 2004 y algo menos, 350.000, en 2006.
Con su álbum Lost highway reciente, el grupo estadounidense puso en funcionamiento su maquinaria de AOR (adult oriented rock) con energía renovada, que tiene en el guitarrista Richie Sambora a su pilar básico. Las grandes audiencias son su hábitat natural, en el que se mueven como pez en el agua manejando de forma calculada los recursos a los gritos colectivos y las palmas para acompañar sus éxitos.
Fue 'You give love a bad name' uno de sus primeros momentos de celebración, seña de identidad de una banda que ha facturado hits como Livin' on a prayer o Keep the faith. Claro que aún estaba por llegar la sorpresa de la noche, su versión del 'Start me up' de Rolling Stones.
Previamente, Rock in Rio había apostado una vez más por Alejandro Sanz, quien ejerce como embajador del festival y, por tanto, forma parte indisoluble de su cartel. El público portugués no conoce su repertorio tanto como el español, por supuesto, pero, en cuanto se marcó el Corazón partío a dúo con la brasileña Ivete Sangalo, la explanada mostró el entusiasmo que en Las Ventas. Su formación de Miami le arropa con un entramado de ciertos resabios funky y él se afanó en alternar melodía y baile.
El verdadero torbellino dance, cómo no, llegó en la carpa electrónica. Allí estaban Darren Emerson, uno de los fundadores de los irresistibles Underworld, y Carl Cox, toda una institución cuando se trata de desatarse en la pista.
Mientras tanto, los cuidados servicios de un festival que huye de las incomodidades volvieron a hacer que los visitantes se pasearan por el recinto como estuvieran en un parque de atracciones. Las exhibiciones acrobáticas entretenían a quien se animó a llevar sus hijos a Rock in Rio. Así será también, sin duda, cuando se levante el telón de su primera edición madrileña, donde habrá una segunda oportunidad para Amy Winehouse.